La pandemia puso muchas cosas patas arriba, pero no nos quitó lo que nos hace verdaderamente humanos: conectar con otros. Al contrario: en medio de tanta pantalla, quedó claro que los vínculos personales siguen siendo el motor de cualquier negocio. Ahora que volvemos a vernos en eventos, ferias y reuniones, el networking entra en una nueva etapa. Ni es el de antes, ni se limita al mundo virtual. Las reglas han cambiado, pero la esencia permanece.
Conectar no es acumular
Durante años, hacer networking se pareció demasiado a coleccionar cromos: sumar contactos, intercambiar perfiles y confiar en que alguno sirviera. Pero esa lógica, impulsada por las redes sociales, ya no convence tanto. Hoy importa más tener conversaciones de verdad que llenar agendas o bandejas de entrada.
Esa tendencia a humanizar los vínculos profesionales se refleja también en cómo nos presentamos. Al fin y al cabo, un mensaje bien escrito o una charla cara a cara puede abrir más puertas que cien solicitudes en LinkedIn.
Lo presencial se resignifica
Que vuelvan los eventos no significa repetir lo de antes. Muchas cosas han cambiado. Saber elegir bien con quién charlar, cuándo acercarse o incluso cuándo retirarse sigue siendo tan importante como estar en el lugar correcto en el momento ideal.
Curiosamente, lo físico ha ganado valor. Las tarjetas de visita, por ejemplo, vuelven a aparecer en bolsillos y carteras, al igual que esos bolígrafos personalizados baratos que te sacan de un apuro más veces de la cuenta. Más que por la información que ofrecen, porque simbolizan una intención clara de seguir en contacto, son una manera de decir “quiero seguir en contacto” sin depender del móvil.
La construcción de confianza lleva tiempo
Por mucho que nos empeñemos, el networking da resultados inmediatos. Es más un proceso que una fórmula. A veces conoces a alguien y pasa un año hasta que surge algo concreto. Y al igual que las relaciones interpersonales, hay que dar el tiempo y espacio necesarios, sin forzar lazos ni encuentros.
Esta premisa se aleja del uso oportunista de las redes y se acerca más a una visión colaborativa. El buen networking no se basa en lo que uno necesita, sino en lo que puede aportar. Escuchar antes de hablar, ayudar antes de pedir. En definitiva, responder a los ritmos que surjan, no imponer uno propio.
No hay sustituto para el encuentro humano
Las videollamadas acortaron distancias, pero también nos recordaron lo que se pierde al otro lado de una pantalla: el lenguaje corporal, los silencios, los gestos que dicen más que las palabras. Por eso, aunque lo digital facilita el primer paso, el encuentro físico sigue siendo insustituible para consolidar relaciones profesionales duraderas y fructíferas.
Mirarse a los ojos, intercambiar una tarjeta, compartir un rato sin reloj ni interrupciones… Son cosas que seguimos valorando. Y que, al final, son las que de verdad nos hacen recordar a alguien. Eso es lo que necesita el mundo: interacciones genuinas y no tanto una hoja de ruta que trata a las personas con un fin mercantilista más que por lo que son, seres humanos con sus preocupaciones, sentimientos e inquietudes.