En el mundo del deporte, por suerte o por desgracia, los resultados tienen un papel vital: todo gira entorno a estos. Destituyen entrenadores/as, traspasan jugadores/as, dimiten directivos/as, consigues más o menos patrocinios, obtienes más fama y reconocimiento social, empresas o negocios se lucran en función de los resultados, etc.
Una vez, viendo una entrevista/documental de Pep Guardiola le escuché decir una frase que representa todo esto: “Olemos bien solo los que ganamos. Con las palabras de un ganador se hacen libros, sino ganas no eres nadie”.
Esta frase no es suya sino de Marcelo Bielsa, como bien manifiesta Pep en la entrevista. Lo importante de ella es que podemos observar la relevancia de los resultados, no solo a nivel competitivo sino también a nivel social.
Uno de los mayores problemas de la importancia de los resultados aparecen cuando estos exceden sus límites. El deporte de alto rendimiento y profesional vive de los resultados, hasta aquí todos de acuerdo, pero el problema lo tenemos cuando estos resultados cogen el mismo protagonismo en el deporte formativo. La cantidad de inconvenientes que siguen a esta línea son muchos, como por ejemplo pérdida de motivación, de autoconfianza, abandono deportivo, poca tolerancia a la frustración, etc.
De todos modos, el objetivo de este post no se centra en el deporte formativo, aunque también daría mucho de que hablar, sino en cómo los resultados afectan o pueden afectar a los/las deportistas profesionales, en nuestro caso los y las golfistas.
¿Es lo mismo hacer un putt en un entrenamiento o hacer un putt cuando la consecución de este se traduce en ganar el torneo y todo lo que conlleva? La mayoría de vosotros/as habréis respondido de forma negativa.
Esta pregunta me lleva a otra: ¿alguna vez habéis experimentado la diferencia que existe en vuestro rendimiento cuando simplemente jugáis a golf y cuando buscáis algún tipo de resultado (ganar o bajar hándicap, por ejemplo)?
Seguramente la diferencia sea notoria. Os pongo un ejemplo. Imaginaos que jugáis un torneo el próximo fin de semana y queréis ganar si o si.
Primera pregunta que me surge: ¿empezaréis el torneo con la misma tranquilidad y confianza que si simplemente salimos a jugar?
Las respuestas serán varias, ya que a algunas personas esto puede no afectarles demasiado, o incluso dependerá del torneo, pero vamos a suponer que la respuesta es negativa, es decir, saldremos mucho más nerviosos y tensos si queremos ganar que si queremos jugar y competir.
Esto se debe a la presión que nos ponemos, la cual modificará muchos aspectos psicológicos dentro de uno mismo, como por ejemplo la tolerancia a la frustración, vamos a tolerar mucho menos los errores.
Seguimos con el objetivo de ganar, así que empezamos el torneo y vemos que los primeros hoyos no nos van nada bien, y que lograr el objetivo propuesto es de cada vez mucho más complicado. ¿Qué nos puede pasar? Pueden pasar varias cosas, desde que abandonemos la competición, que nuestro rendimiento sea mucho más bajo de lo habitual, que pierda confianza conmigo mismo y no solo para este torneo, pueden aparecer preguntas y afirmaciones como
“¿Por qué entreno tanto?”, “¿Por qué juego al golf si soy muy malo?”, “Esto no es lo mío”, etc.
Hay que tener mucho cuidado con los objetivos que nos llevamos a las competiciones ya que ponen en juego muchos aspectos psicológicos que son difíciles de conseguir pero muy fáciles de derribar. Algunos de ellos son motivación y autoconfianza, capacidad de persistencia, esfuerzo, modificación de tus prioridades, etc. Los objetivos sirven, entre otras muchas cosas, para decirle a la cabeza dónde debe poner el foco de atención.
Evidentemente, si nuestro objetivo es ganar, el foco estará puesto en todo lo que ello conlleva, es decir, no salir de la calle, hacer los menos golpes posibles, no cometer errores, evitar putts largos, meter los putts de un golpe, etc., con lo cual nuestra cabeza estará focalizada en esto.
Todo lo que salga de este objetivo se entenderá como un error no tolerable, por ponerle alguna etiqueta, un “fracaso”, generando mayor presión y frustración. Además, poner el foco en estos estímulos implica quitar de nuestra cabeza otros estímulos que son más importantes y pueden hacer que cometamos errores y que la bola no entre en el hoyo.
Algunos de estos estímulos pueden ser el viento, humedad, caída de Green, bunkers, lugar de la bandera, forma del Green, etc.
¿Creéis que ganar un torneo depende 100% de uno mismo?
La respuesta es no, hay otros/as golfistas que juegan el mismo torneo que tú y que también han entrenado para ello.
Puedes jugar el mejor torneo de tu vida y no ganar.
Y puedes jugar el peor torneo de tu vida y ganar. Como veis, este objetivo no depende de uno mismo, con lo que dejamos en manos de otros los aspectos psicológicos mencionados anteriormente.
Centrémonos en un objetivo de resultado que sí que dependa de nosotros, bajar de hándicap.
¿Estamos de acuerdo que este sí depende de uno mismo?
¿Qué pasa con este objetivo entonces? Mientras se pueda lograr el objetivo no pasa nada. Si, por el contrario, ya vemos que no se puede lograr por un mal inicio puede pasar exactamente lo mismo que cuando buscamos ganar.
Ganar es importante, no voy a mentiros, un/a golfista vive de sus resultados, no vive de las horas que entrena, pero al enfocarnos en ganar se nos genera una presión extra que nos hace bajar nuestro rendimiento.
La presión modifica nuestro nivel de activación y con ello nuestro foco atencional. Ya sabemos cómo pueden afectar estas habilidades psicológicas al rendimiento.
A un torneo hay que ir con objetivos que dependan de nosotros y podamos controlar en cada momento, donde si vemos que algo no nos encaja podamos analizar qué está ocurriendo y modificar lo que no estamos haciendo bien.
Algunos objetivos podrían ser: después de dar 3 golpes malos revisar y recordar mi plan de torneo, o trabajar mis rutinas antes de cada golpe, o gestionar el foco atencional (con las herramientas adecuadas).
Estos objetivos dependen de nosotros y sabemos que si lo gestionamos el rendimiento será nuestro 100% en este momento, lo cual quiere decir que si tengo un rendimiento suficientemente bueno voy a competir el torneo hasta el final, aumentado las probabilidades de ganar o, en caso contrario, de quedar en la parte alta de la clasificación, ya que no habrá distractores que me saquen de mi plan de trabajo pudiendo dar mi mejor versión durante todo el torneo y que esta no varíe en función de mi juego.
Otro aspecto a tener en cuenta es que la mayoría de veces que nuestro objetivo es ganar y no ganamos de forma inmediata el foco se pone en la técnica, aumentado la probabilidad de romper el automatismo, y ya sabemos que caer en este error es contraproducente por nuestro rendimiento.
Para terminar, os propongo un ejercicio para ver cómo os afecta la presión, y sin jugarse ni dinero (lo que puede significar ganar un torneo), ni ganar un torneo o bajar de hándicap.
El ejercicio consiste en meter 100 putts seguidos de 1 metro de distancia, si se falla alguno se vuelve a empezar, no podéis iros a casa hasta terminar. Los primeros estaréis muy tranquilos, ya que si falláis habréis de recuperar pocos putts, pero ¿Qué pasará cuando llevéis más de 50? Y, ¿99?, o ¿Qué pasara después de varios intentos? La cosa ya no estará tan calmada ¿no? Y a partir de este momento de tensión, la probabilidad de error aumenta.
Así que recordad, no podemos ir a competir con objetivos de resultado ya que, si no se cumplen, las consecuencias posteriores son mucho más perjudiciales que con objetivos que dependan de nosotros/as y podemos controlar.
Psicólogo
Marc Sansó Bauzà